27 de junio de 2013

Una experiencia más

Y sin darme apenas cuenta, mañana acabo la rotación voluntaria en la UCI Pediátrica que he llevado a cabo durante este mes de junio. Como otros veranos atrás, salgo con el convencimiento de haber tomado la decisión correcta a la hora de elegir el servicio. No solo por el trato recibido por parte de todo el servicio, que ha sido inmejorable, sino por todo lo aprendido durante estas semanas, tanto en el ámbito científico como en el humano.

Durante este periodo me he cruzado con muchos pacientes, llegando a tener la UCI bloqueada en bastantes ocasiones, y todos ellos me han aportado algo nuevo y diferente a los anteriores. Desde los postoperatorios derivados para observación durante 24 horas, hasta los que llegaron antes que yo y a día de hoy siguen ingresados. Podría pasarme bastantes entradas hablando de cada uno de ellos, de sus patologías, de sus complicaciones, de sus tratamientos y recuperaciones, pero lo que más quiero destacar es la fuerza que me han demostrado estos pequeños héroes. 

Durante el cuarto curso de la carrera entré en contacto con la Pediatría, y la verdad es que nunca pensé que me fuese a enamorar tanto de una especialidad que en un primer momento no me parecía nada atractiva. Poco a poco, y sobre todo después de las prácticas que hice en su momento, me fue gustando cada vez más, a pesar de lo tedioso que supone ponerse a estudiar esta asignatura durante la carrera. Lo que no sabía es que ese "poco a poco" y esos contactos esporádicos que tenía durante las guardias que he hecho durante quinto de carrera me llevarían a decidirme a rotar por un servicio que me aportase tanto como lo ha hecho la UCI Pediátrica. 

He aprendido numerosas técnicas propias de la UCI y a hacer por primera vez una punción lumbar. He aprendido a medio-manejar un respirador para dar soporte con ventilación mecánica en diferentes modalidades. He aprendido a no rehuir del equilibrio ácido-base, llegando a parecerme entretenido el equilibrio hidroelectrolítico. He aprendido cómo hacer una primera valoración de un politraumatizado y el manejo paulatino de los pacientes oncológicos. Y todo ello, se lo debo a los adjuntos y residentes del servicio. 

Pero todo esto no ha sido lo único que he aprendido. He aprendido a escuchar a pacientes que no son muy buenos comunicadores por la edad. He aprendido a calmar la ansiedad de un paciente que por su corta edad no es capaz de asimilar que unos tios con bata blanca estén a su alrededor, inspeccionando cada parte de su cuerpo. He aprendido a emocionarme con la mejoría de un paciente que tras varias complicaciones lograba salir del hoyo para terminar de curarse y he aprendido a sentir la tristeza por la pérdida de algunos de ellos. Y todo ello, gracias a los protagonistas de cada historia: Ellos. 
                                               
                                             
  
Solamente puedo sacar cosas buenas de esta vivencia, y no puedo terminar de escribir sin recomendar a todo el mundo atravesar una experiencia similar. Mucha gente te dice siempre "No te involucres demasiado, porque te acaba pasando factura". Pues bien, yo a día de hoy, solamente puedo recomendar que uno se implique lo máximo posible en cada uno de los casos. No solo por el aprendizaje que ello supone, que también, sino porque la angustia y tristeza por la pérdida de un paciente queda contrarrestada por la satisfacción y alegría de recibir un "Gracias" cuando las cosas salen bien.



A. 

7 de junio de 2013

Cuando la cura no es posible

Hoy, 7 de junio de 2013, he asistido a uno de los momento más duros de mi carrera hasta el momento. Hoy ha sido la primera vez que he estado presente mientras la vida de un enano se iba apagando poco a poco hasta que al final ha dejado de estar ahí. No ha sido el primer paciente que he visto morir, pero si ha sido el más duro hasta el momento.

Nunca me había parado a pensar en esto. Nunca había estado de pie, al lado de la familia, durante media hora. Sin hacer historias clínicas ni explorar a ningún paciente. Sin ver analíticas ni evolutivos ni llamar a rayos para pedir que hagan una prueba. Nunca había estado ahí, de pie, sin hablar con el paciente o su familia. Nunca había acompañado a alguien en el proceso de ver cómo la vida se iba apagando poco a poco, bajando las constantes en el monitor, hasta que todo acaba y puedes ver cómo el descanso por fin le ha llegado a ese pequeñajo de tan sólo 4 años con toda una historia de ingresos y sufrimiento a sus espaldas.

No puedo decir que haya sido un día alegre, como imagino que entederás, pero lo que sí puedo decir es que ha sido un día de aprender cosas que no están en los grandes tratados de medicina. Ha sido el día de aprender el papel del médico cuando su principal función, el curar, no puede llevarse a cabo. No es un aprendizaje fácil, pero sí necesario. Ha sido el día de aprender a acompañar.



A.

4 de junio de 2013

Un punto de vista

Como dije en el post anterior, el lunes inicié una rotación de verano en el Servicio de Cuidados Intensivos Pediátricos en un hospital de Madrid. Llevando tan poco tiempo en ello, ya puedo decir que es una de las mejores experiencias que estoy teniendo en lo que a mi carrera se refiere.

Todo ha empezado como siempre, "Hola, soy A., estudiante de medicina y voy a rotar aquí un mes" la acogida ha sido espectacularmente buena en un servicio integrado por muchos residentes y otros tantos adjuntos. ¿Mi misión? Ver, oír y aprender y estar dispuesto a hacer todo aquello que me propongan hacer en el servicio. Ahora bien, estoy como un pollo recién salido del nido, sin saber ni dónde puedo encontrar los volantes de analíticas ni los impresos para los evolutivos.

Si tuviera que destacar algo de lo que he aprendido en estos primeros días es el diferente punto de vista que tenemos la gente del mundillo sanitario respecto a qué es bonito y qué no lo es. Seguramente todos hayamos llegado a casa después de un largo día de prácticas contando los casos más increíbles que hemos visto diciendo lo bonitos son, y nuestros familiares no sanitarios nos han mirado con cara de asombro pensando que estamos locos si pensamos que una enfermedad en una persona puede llegar a ser bonita. Pues sí. Padres, madres, hermanos y hermanas, tenéis que aceptarlo. Nos gusta, y mucho. No es que nos guste ver a la gente enfermar, ni mucho menos. De hecho nos gusta todo lo contrario. 

Creo hablar en boca de muchos diciendo lo impresionante que es ver cómo funciona el cuerpo humano y cómo éste puede recuperarse de grandes agresiones cuando se le presta la ayuda necesaria. Puede venir en un estado general regular o aparecer por la puerta mal desde el principio, y aún así soportan todas las perrerías que se le hacen. Pueden venir conscientes o trasladados de otro hospital con asistencia ventilatoria, y aún así sabes que están agradeciendo lo que estás haciendo por intentar sacarles del hoyo. Puedes tener el diagnóstico desde el principio y ver la evolución, o bien ver como evoluciona y acabar llegando al diagnóstico después. Se mire por donde se mire, ¡es apasionante!

Particularmente, durante esta rotación, estoy viendo la grandísima capacidad de aguante de unos niños que con apenas dos meses, son capaces de aguantar enfermedades de una importancia que sobrepasa el tamaño de sus cuerpos. Puede tener un punto de dureza difícil de asimilar en un primer momento, sobre todo en el caso de los niños, pero también tiene un punto de ánimo al saber que esos mocosos que parecen tan vulnerables a cualquier intervencionismo son capaces de sobreponerse a la enfermedad con mayor fuerza y velocidad de lo que podría esperarse un adulto. 



Definitivamente, me convence. Esto es lo más bonito que puede haber. La medicina, la pediatría y el ver como un paciente intubado, de apenas tres meses de vida, es capaz de tolerar un tubo metido en su tráquea con la sedación justa para poder abrir los ojos mientras le exploras y darte las gracias con la mirada por todo lo que estás intentado hacer por salvarle la vida.  




A.



1 de junio de 2013

Rotando, que es gerundio!

Después de haberme pasado algún tiempo sin postear nada, vuelvo con el descanso que da el haber estado dos semanas sin despertadores ni horarios de estudio, sabiendo que desde el viernes 17 de mayo que acabé el último examen, hasta principio de septiembre, estaré es un estado que no conocía desde el verano de antes de empezar la facultad: VACACIONES. Cierto es que todos los años sin excepción he podido descansar algunas semanas en verano, pero siempre con el pensamiento de "tengo que empezar a estudiar para septiembre...".Pero este año eso se acabó. Por fin un verano que verdaderamente es tal y como eran antes de empezar la carrera.

Teniendo tres meses de vacaciones lo primero que pensé fue, ¿qué demonios voy a hacer con tantísimo tiempo, cuando ya había perdido la costumbre de no tener nada que hacer?. Puede que suene extraño, pero al fin y al cabo, después de cuatro veranos con alguna asignatura pendiente, se me ha olvidado lo que se hace cuando no hay nada que hacer. 

A raíz de esto, y como buena enfermedad que supone estudiar esta carrera, he decidido invertir uno de los meses en hacer una rotación de verano en la UCI Pediátrica en un hospital aquí en Madrid. Como los dos veranos anteriores, quiero dedicarle un mes a realizar estas prácticas que, además de aprender mucho más que en nueve meses de curso ordinario, me permiten convalidar créditos de libre elección. 

"¿Por qué?", me pregunta mucha gente. "Es tu último verano, ¡aprovéchalo!" dicen otros cuantos. Pues bien, la verdad es que no es fácil de hacerle entender a alguien que, después de nueve meses de curso, con dos jornadas de exámenes que han sido extenuantes, prácticas todos los días en el hospital y otras muchas actividades que acarrea el día a día de la carrera, aun me quedan ganas de rotar durante el mes de junio por este Servicio. Hay veces que ni yo lo entiendo. En cuanto a aprovechar el último verano, creo que con dos meses de vacaciones tengo más que de sobra para descansar, pasarlo bien y coger fuerzas para lo que viene después. 

Sabiendo que esto de rotar en verano es una práctica bastante habitual en mi facultad, llego a la conclusión de que no sabemos estar sin hacer absolutamente nada. Desde que iniciamos la etapa hospitalaria de la carrera, ésta empieza a convertirse en una droga que nos hace cada día un poco más adictos. No quiero decir que no sepamos tener cosas más allá de la Medicina, pero sí es verdad que le empezamos a dar una importancia a nuestro aprendizaje que antes no le dábamos. Nuestras conversaciones entre compañeros suelen abordar algún caso interesante que hemos visto, o alguna anécdota que nos ha ocurrido con algún paciente. No suelen suponer el tema central de nuestras conversaciones como mucha gente piensa, pero si es una verdad innegable que en la práctica totalidad de las ocasiones se acaba haciendo alguna mención a algún tema hospitalario. 

Que no se me entienda mal. No quiero que se piense que somos una especie de ratas de hospital sin más vida social que la que nos brinda una historia clínica. Es verdad que cualquiera que lea esto puede pensar "menudo tío, todo el día con la Medicina. No tiene vida más allá" y posiblemente no comparta mi manera de verlo, pero estoy convencido de que no es incompatible mantener una vida social aceptable con interesarte tanto por tu aprendizaje como para llevarte a invertir (y no gastar) un mes completo de vacaciones en una experiencia así. 

De lo que sí estoy convencido al 100% es de  que es una profesión que te acarrea tanta dedicación personal, que acaba formando una parte muy importante de tu persona y que, aunque la gente no lo comprenda, acabas pensando siempre qué, cómo y cuándo vas a aprender algo nuevo. 



A.