Después de dos semanas frenéticas de inicio a la vida adulta, me vuelvo a poner al mando del teclado. No es fácil encontrar un hueco para ello, y ahora entiendo cómo la residencia se termina llevando una buena parte de tu tiempo. Y eso, que sólo acabamos de empezar...
Empiezas el hospital sin poder estar más perdido. En mi caso, hospital nuevo. Y grande. Muy grande. Muchos pasillos por los que perderse y pocos carteles con los que encontrarse. Mirándolo por el lado positivo, el preguntar donde están las diferentes secciones ayuda a ir conociendo a la gente que se mueve por el hospital. Pero no sólo me pierdo en el hospital.
Me pierdo en el papel de médico.
Me pierdo pensando que solamente sé lo que hago cuando hago la historia clínica. Me pierdo si me preguntan posibles diagnósticos para un paciente. Me pierdo si me preguntan qué pruebas son las que hay que hacer. O que protocolo debo seguir... Me pierdo en la práctica, y eso que durante la carrera roté bastante por la especialidad. Me pierdo en el manejo práctico de la medicina, cosa que no debería pasar (en teoría).
Es por todos sabido, que la universidad española patina en uno de los apartados más importantes para los que salimos de ella: la práctica. Nos forman bien, no lo pongo en duda. Teóricamente somos muy buenos. Prácticamente, ya va siendo otra cosa. Muchas clases, muchos power-points, muchas horas de estudio y muchas "prácticas como observer" para que, una vez pasado un examen y elegido una especialidad, se nos suelte a los R1 en las urgencias de los hospitales a intentar poner en práctica lo teóricamente aprendido. Además, la teoría estudiada poco tiene que ver con lo que en realidad se ve. Sabemos de enfermedades que poco vamos a ver, en vez de centrarnos en manejar con soltura las que todo médico debe conocer.
Por ello, el estudio no acabó el día antes del MIR. No va a ser igual, desde luego, pero va a haber que sentarse a dedicarle horas al asunto. Por ello me preocupa ver qué estudiar a partir de ahora, y sobre todo cómo hacerlo. ¿Los libros del hospital? ¿Artículos y estudios?...Aun no lo sé. Imagino que el tiempo me irá diciendo cómo hacerlo.
Y es así cómo, merodeando por Internet y saltando de página en página para ver si encontraba algún chivato o solución para saber "cómo estudiar siendo residente", me topé con la página de la Editorial Panamericana. La conocía, de oídas y de vistas. Algún libro había manejado durante la universidad y no me había ido nada mal por aquel entonces. Sin embargo pensaba "Esto no tiene que ser como la universidad, así que busca algo más práctico". Hasta que la vista se me cruzó con la palabra "Residentes" en su web. Por mirar no perdía nada, y la verdad es que mi sorpresa fue bastante buena al ver lo que allí ofrecían. Encontré lo que creo que es el inicio de la solución.
Según la especialidad que hayas elegido, puedes escoger un Pack de "Libros básicos". Es decir, para personas como yo, que hacen una especialidad de la cual sólo han tenido una asignatura en la carrera, es bastante lógico pensar que la base no es demasiado amplia. Y para ello, estos packs parecen bastante útiles. Libros básicos de la especialidad de concreto, junto con un vademecum en formato digital y una curso de urgencias hospitalarias que se puede realizar online desde casa (y que además te dan 10 ECTS por hacerlo). En la web tienen la información, tanto de los libros como del pago del pack (fraccionado a 3 meses sin interés) y es bastante fácil de manejarse por ella.
De momento poco más puedo contar. Que soy feliz. Que elegí bien y que, a pesar de andar demasiado perdido (imagino que como todo el mundo), puedo decir que solamente por llegar hasta aquí, ha merecido la pena.
A.
MIR_ando al frente
Blog personal de un estudiante de Medicina en su último curso, plagado de reflexiones de los últimos años de carrera y actualmente iniciándose en la preparación del examen MIR
5 de junio de 2015
9 de mayo de 2015
Enter
Mucho he tardado en sentarme a escribir estas líneas. No es fácil saber qué decir o cómo decirlo. Lo único que me es fácil es saber que ya está. Que se ha acabado la incertidumbre y el miedo. La angustia y el nerviosismo. El pensar dónde ir o dónde no. Se acabó porque ya tengo mi plaza.
La elección empezó el 15 de abril y yo, nervioso, me planté delante del ordenador a las 9.00h. para ir siguiendo la elección minuto a minuto y ver qué plazas eran las que se iban eligiendo. Delante de mi cuatro listas. La mía, y la de mis amigos. Pendiente de no tener que tachar ninguna de las primeras opciones de esos cuatro pequeños papelillos.
Esa tarde me toca esperar en la puerta. Este año está la cosa rara y uno no sabe qué puede pasar. Sufro en la puerta consumiendo mi tarifa de datos. "Ya solo quedan 50 para que elija L." me dice S. La batería del móvil se colorea de rojo para avisarnos de que estamos actualizando por encima de nuestras posibilidades. Se va acercando y siguen las dos plazas que ella quiere. Nos ponemos taquicárdicos. Esas plazas suelen acabarse antes y nos da miedo pensar que están aguantando sin ser elegidas para ver cómo le pasan por delante de las narices en el último momento. "Quedan sólo 10". La taquicardia se transforma en angina y las piernas nos empiezan a flojear. Nos tiembla el pulso y vemos que parece que va a lograrlo. Seguimos actualizando a pesar de las advertencias del teléfono y finalmente aparece en la pantalla. "Endocrinología y Nutrición". Gritamos, saltamos e incluso alguna echa una lágrima de emoción. Nos situamos en primera fila. Queremos que nos vea nada más salir de allí. Y así sucede. Se abre la puerta y sale radiante, temblando pero contenta. Lo ha conseguido.
Ahí no acaba la tarde. Tenemos un segundo aspirante que tiembla dentro del salón de actos. Aun le quedan otros 100 por delante y ahora está solo ante el peligro. Vemos que Medicina Intensiva se ha puesto de moda, pero sus dos plazas siguen intactas. Aun así, el miedo no nos lo quita nadie. Mientras celebramos la elección de L., el pulgar actualiza para comprobar que los cardiólogos, dermatólogos, neurólogos y cirujanos plásticos siguen saliendo uno tras otro del salón. La angustia crece a cada "Medicina Int....erna" que leemos en la pantalla. Llevamos toda la tarde en la puerta y la adrenalina ha alcanzado unos niveles peligrosos para la salud. "Ya solo quedan 10" me dice L, radiante con su credencial, pero igualmente nerviosa. Pasan 8 y lo sabemos. Es suya. Quedan dos plazas y solamente uno por delante. Elija lo que elija el de delante, es suya. Volvemos a saltar, a abrazarnos y a temblar. Finalmente aparece en la pantalla. "Medicina Intensiva". Volvemos a primera fila y le vemos salir. Pálido, temblando y sudoroso, pero con una sonrisa en la cara que delata la satisfacción de haber logrado el objetivo después de tantos meses.
Tras varios saltos, muchos abrazos y algún que otro beso, nos vamos de ahí. La tarde ha sido larga y hay que reponerse en la terraza del 100 montaditos a base de cervezas. Cervezas que no consiguen apartar de nuestra mente que aun quedamos dos por elegir... Yo al día siguiente y mi buena amiga S., que tendría que sufrir hasta el lunes siguiente para saber que se va. Que ha decidido cambiar y buscar lo que le gusta en cualquier sitio. Que el sur siempre ha estado esperándola y que tras un fin de semana de sufrimiento por sorpresas inesperadas, pudimos ver otra "Medicina Intensiva" en la pantalla del teléfono, dándonos la certeza de que este eje va a estar a caballo entre Madrid y Sevilla.
Al día siguiente me levanto y lo compruebo todo. DNI. Otra vez DNI. Y Otra. No hay mucho más que comprobar. Eso y que las plazas que quiero están libres. "¿Y si lo he mirado mal?" Otra vez... Entro en un bucle en el que después de todo creo que tengo un TOC de comprobación. Me intento calmar. No tengo mucha gente por delante y hay suficientes plazas como para estar tranquilo. Aun así, no es fácil. El "Y si..?" se abre hueco en mi cabeza y no para de abrir más dudas. "Y si a la gente le da por elegir eso? Y si cambio de idea? Y si elijo otro hospital?..." Muchos ysis que al final logro controlar cuando me planto en la puerta del Ministerio. Llevo la lista que me sé de memoria en el bolsillo derecho y el DNI en la mano, no se vaya a perder. Entro en la antesala y empieza a sonar una voz por megafonía. "Pares a la derecha, impares a la izquierda" ¿Mi número es par o impar? ¡¡¿PAR o IMPAAAR?!!. "Par, relájate. Ve a la derecha, saca el DNI como el resto de humanos de la sala y anda hacia delante con tu pegatina amarilla al pecho". Entro en el salón y me siento, saco el móvil y gasto más datos. Este mes lo termino sin megas. Es mi manera de intentar no mirar al de al lado, ni al de delante. Solo quiero que pasen los pocos que tengo delante, subir, apretar el Enter y largarme de allí.
Entra la mujer que daba voz a la megafonía y nos da la bienvenida. Nos comenta algo que supongo sería importante pero que he olvidado por completo. Recuerdo que menciona algo de una Guía del Residente y algo de un teléfono de Docencia... Yo lo único que veo es su boca moverse, pero como si no saliesen palabras. Estoy demasiado metido en mi mundo interior. Hasta que empiezan a llamar. Los diez primeros, uno a uno, rápido y sin temblar... Se nota que todos tienen las mismas ganas que yo de salir de aquí. Voy intercalando la relajación de saber que estoy muy cerca, con los pequeños microinfartos que sufro cada vez que escucho "Pediatría y su Áreas Específicas en el Hospital Universitario de...." Solamente abro la arteria cuando veo que la eterna coletilla termina con hospitales que desconocía o que se alejan mucho de mi objetivo. Y finalmente, y casi sin darme cuenta escucho mi nombre por megafonía. "Voy a elegir la plaza ya". Me levanto tembloroso y subo al escenario. Espero el riguroso orden y ahí me vienen las dudas. "Has elegido bien, verdad? Sabes que esto es para cuatro años, no? Estás seguro? Y si cambias el orden y eliges mejor el otro? Venga va, cambio. No, no cambies. Te lo han dicho por activa y por pasiva. Ahí no se mueve nada de la lista. Pero, y si.... Nada. Y si, nada. Sigue hacia delante y no juegues con el orden..." Me preguntan amablemente "¿Qué quieres, corazón?" Creo que hasta ellos oían mis latidos y no se dirigieron a mi directamente, sino a la bomba que me daba golpes en el pecho. Se lo digo, lo veo en la pantalla. Lo vuelvo a leer. Lo pone ahí...
Y ahí lo veo todo. Desde la entrada con la que empecé este blog, hasta el día del MIR. Las clases. Las horas de estudio. Los "no puedo salir". Las vacaciones que no fueron del todo vacaciones. Los doMIRgos. Las reuniones familiares que acababan rápido. Los simulacros. Los 29. Los vídeos de Macarrón. Los innumerables esquemas que hice. Las mnemotecnias que inventé, y las que tomé prestadas. Las ganas de ver el final. La incertidumbre por lograr el objetivo. Los nervios de ir acercándose el examen y la recompensa de después. La semana de antes. Las dudas entre hospitales. Las largas conversaciones con L. J. y S. para saber qué íbamos a hacer. Ecuador. La gente preguntándote "Dónde?". Y finalmente, el Enter.
Salgo con el cerebro embotado y sigo las flechas en las que figura la palabra "Salida". No estoy para órdenes complejas. El móvil vibra pero no quiero cogerlo. Quiero salir de ahí y verlos. Paso el control, me quitan la pegatina y el corazón vuelve a acelerarse. Bajo la escalinata, se abre la puerta y les veo la cara. Esperando a que salga. A abrazarme y celebrar que ya puedo decir alto y claro que soy R1 de Pediatría.
La elección empezó el 15 de abril y yo, nervioso, me planté delante del ordenador a las 9.00h. para ir siguiendo la elección minuto a minuto y ver qué plazas eran las que se iban eligiendo. Delante de mi cuatro listas. La mía, y la de mis amigos. Pendiente de no tener que tachar ninguna de las primeras opciones de esos cuatro pequeños papelillos.
Esa tarde me toca esperar en la puerta. Este año está la cosa rara y uno no sabe qué puede pasar. Sufro en la puerta consumiendo mi tarifa de datos. "Ya solo quedan 50 para que elija L." me dice S. La batería del móvil se colorea de rojo para avisarnos de que estamos actualizando por encima de nuestras posibilidades. Se va acercando y siguen las dos plazas que ella quiere. Nos ponemos taquicárdicos. Esas plazas suelen acabarse antes y nos da miedo pensar que están aguantando sin ser elegidas para ver cómo le pasan por delante de las narices en el último momento. "Quedan sólo 10". La taquicardia se transforma en angina y las piernas nos empiezan a flojear. Nos tiembla el pulso y vemos que parece que va a lograrlo. Seguimos actualizando a pesar de las advertencias del teléfono y finalmente aparece en la pantalla. "Endocrinología y Nutrición". Gritamos, saltamos e incluso alguna echa una lágrima de emoción. Nos situamos en primera fila. Queremos que nos vea nada más salir de allí. Y así sucede. Se abre la puerta y sale radiante, temblando pero contenta. Lo ha conseguido.
Ahí no acaba la tarde. Tenemos un segundo aspirante que tiembla dentro del salón de actos. Aun le quedan otros 100 por delante y ahora está solo ante el peligro. Vemos que Medicina Intensiva se ha puesto de moda, pero sus dos plazas siguen intactas. Aun así, el miedo no nos lo quita nadie. Mientras celebramos la elección de L., el pulgar actualiza para comprobar que los cardiólogos, dermatólogos, neurólogos y cirujanos plásticos siguen saliendo uno tras otro del salón. La angustia crece a cada "Medicina Int....erna" que leemos en la pantalla. Llevamos toda la tarde en la puerta y la adrenalina ha alcanzado unos niveles peligrosos para la salud. "Ya solo quedan 10" me dice L, radiante con su credencial, pero igualmente nerviosa. Pasan 8 y lo sabemos. Es suya. Quedan dos plazas y solamente uno por delante. Elija lo que elija el de delante, es suya. Volvemos a saltar, a abrazarnos y a temblar. Finalmente aparece en la pantalla. "Medicina Intensiva". Volvemos a primera fila y le vemos salir. Pálido, temblando y sudoroso, pero con una sonrisa en la cara que delata la satisfacción de haber logrado el objetivo después de tantos meses.
Tras varios saltos, muchos abrazos y algún que otro beso, nos vamos de ahí. La tarde ha sido larga y hay que reponerse en la terraza del 100 montaditos a base de cervezas. Cervezas que no consiguen apartar de nuestra mente que aun quedamos dos por elegir... Yo al día siguiente y mi buena amiga S., que tendría que sufrir hasta el lunes siguiente para saber que se va. Que ha decidido cambiar y buscar lo que le gusta en cualquier sitio. Que el sur siempre ha estado esperándola y que tras un fin de semana de sufrimiento por sorpresas inesperadas, pudimos ver otra "Medicina Intensiva" en la pantalla del teléfono, dándonos la certeza de que este eje va a estar a caballo entre Madrid y Sevilla.
Al día siguiente me levanto y lo compruebo todo. DNI. Otra vez DNI. Y Otra. No hay mucho más que comprobar. Eso y que las plazas que quiero están libres. "¿Y si lo he mirado mal?" Otra vez... Entro en un bucle en el que después de todo creo que tengo un TOC de comprobación. Me intento calmar. No tengo mucha gente por delante y hay suficientes plazas como para estar tranquilo. Aun así, no es fácil. El "Y si..?" se abre hueco en mi cabeza y no para de abrir más dudas. "Y si a la gente le da por elegir eso? Y si cambio de idea? Y si elijo otro hospital?..." Muchos ysis que al final logro controlar cuando me planto en la puerta del Ministerio. Llevo la lista que me sé de memoria en el bolsillo derecho y el DNI en la mano, no se vaya a perder. Entro en la antesala y empieza a sonar una voz por megafonía. "Pares a la derecha, impares a la izquierda" ¿Mi número es par o impar? ¡¡¿PAR o IMPAAAR?!!. "Par, relájate. Ve a la derecha, saca el DNI como el resto de humanos de la sala y anda hacia delante con tu pegatina amarilla al pecho". Entro en el salón y me siento, saco el móvil y gasto más datos. Este mes lo termino sin megas. Es mi manera de intentar no mirar al de al lado, ni al de delante. Solo quiero que pasen los pocos que tengo delante, subir, apretar el Enter y largarme de allí.
Entra la mujer que daba voz a la megafonía y nos da la bienvenida. Nos comenta algo que supongo sería importante pero que he olvidado por completo. Recuerdo que menciona algo de una Guía del Residente y algo de un teléfono de Docencia... Yo lo único que veo es su boca moverse, pero como si no saliesen palabras. Estoy demasiado metido en mi mundo interior. Hasta que empiezan a llamar. Los diez primeros, uno a uno, rápido y sin temblar... Se nota que todos tienen las mismas ganas que yo de salir de aquí. Voy intercalando la relajación de saber que estoy muy cerca, con los pequeños microinfartos que sufro cada vez que escucho "Pediatría y su Áreas Específicas en el Hospital Universitario de...." Solamente abro la arteria cuando veo que la eterna coletilla termina con hospitales que desconocía o que se alejan mucho de mi objetivo. Y finalmente, y casi sin darme cuenta escucho mi nombre por megafonía. "Voy a elegir la plaza ya". Me levanto tembloroso y subo al escenario. Espero el riguroso orden y ahí me vienen las dudas. "Has elegido bien, verdad? Sabes que esto es para cuatro años, no? Estás seguro? Y si cambias el orden y eliges mejor el otro? Venga va, cambio. No, no cambies. Te lo han dicho por activa y por pasiva. Ahí no se mueve nada de la lista. Pero, y si.... Nada. Y si, nada. Sigue hacia delante y no juegues con el orden..." Me preguntan amablemente "¿Qué quieres, corazón?" Creo que hasta ellos oían mis latidos y no se dirigieron a mi directamente, sino a la bomba que me daba golpes en el pecho. Se lo digo, lo veo en la pantalla. Lo vuelvo a leer. Lo pone ahí...
Y ahí lo veo todo. Desde la entrada con la que empecé este blog, hasta el día del MIR. Las clases. Las horas de estudio. Los "no puedo salir". Las vacaciones que no fueron del todo vacaciones. Los doMIRgos. Las reuniones familiares que acababan rápido. Los simulacros. Los 29. Los vídeos de Macarrón. Los innumerables esquemas que hice. Las mnemotecnias que inventé, y las que tomé prestadas. Las ganas de ver el final. La incertidumbre por lograr el objetivo. Los nervios de ir acercándose el examen y la recompensa de después. La semana de antes. Las dudas entre hospitales. Las largas conversaciones con L. J. y S. para saber qué íbamos a hacer. Ecuador. La gente preguntándote "Dónde?". Y finalmente, el Enter.
Salgo con el cerebro embotado y sigo las flechas en las que figura la palabra "Salida". No estoy para órdenes complejas. El móvil vibra pero no quiero cogerlo. Quiero salir de ahí y verlos. Paso el control, me quitan la pegatina y el corazón vuelve a acelerarse. Bajo la escalinata, se abre la puerta y les veo la cara. Esperando a que salga. A abrazarme y celebrar que ya puedo decir alto y claro que soy R1 de Pediatría.
8 de abril de 2015
De como hice el MIR y desaparecí del mundo.
Parece que ha pasado un siglo desde que el 31 de enero me senté en ese aula a hacer el examen que tanto tiempo me ha robado. Fueron apenas cinco horas desde que entré y no recuerdo demasiado bien que pasó dentro de la sala. Recuerdo ver la cara de mis amigos esperándome a la salida, pidiéndome con los ojos que afirmase con la cabeza haciéndoles saber que todo había ido bien. Recuerdo el ruido y la gente entusiasmada. Recuerdo el confeti y sentirme como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Recuerdo celebrarlo como pocas cosas en mi vida. También recuerdo los nervios a la mañana siguiente, al saber que podría consultar una estimación aproximada. Recuerdo que ni fu ni fa. Contárselo a la familia e ir haciendome a la idea de que había terminado. Salir a la calle y ver que el mundo no se había parado en los últimos siete meses. Volver a la normalidad, y sentirme de todo menos normal.
Esto no ha sido solamente un viaje después de un examen. Ha sido una oportunidad de aprender a trabajar y convivir. Aprender que, aunque haya momentos en los que un sacrificio parezca demasiado duro, toda recompensa es lo suficientemente buena como para compensar el esfuerzo.
Sin darme apenas cuenta abandoné la normalidad de España para irme a Guayaquil. Desde que empecé a estudiar el MIR sólo tenía claro que el postMIR iba a ser así. Contactar con una ONG de Barcelona, asistir a sus charlas formativas la semana siguiente al MIR, buscar y preparar medicación para llevar, decidir qué me iba a acompañar en las siguientes siete semanas dentro de una mochila y coger un vuelo para cruzar el mundo. Aterrizar y cruzar Ecuador en 12 horas para llegar a García Moreno, un pueblo perdido en los Andes al norte del país. Empezar a ver gente diferente. Otra mentalidad y otra forma de entender la vida. El cariño de la gente y la hospitalidad de los más humildes. El pollo que sacrifican porque tú te sientas a la mesa. El arroz. El patacón. Las habitaciones en las que jamás creí que dormiría y los baños en los que nunca hubiese pensado que me sentaría. Los compañeros que empezaron siendo extraños y se convirtieron en familia. Las consultas siendo el médico que ha venido a ayudar. Los "mande?" y los "mijito". Más arroz y más pollo. Los viajes de doce horas pasando de pueblo en pueblo hasta llegar al sur, frontera con Perú.
Las conversaciones en las que conozco a los que me acompañan, en las que les cuento lo que poca
gente sabe. Verte en otro lado del mundo acompañado de gente que se convierte en algo especial. Echar de menos lo que dejas en casa pero saber que lo que has venido a dar merece la pena. Recibir
más de lo que eres capaz de dar y vivir una experiencia que no se puede comparar con nada. Acompañarte de personas que empiezan siendo desconocidos y con los que terminas viviendo una de las mejores experiencias posibles. Saber que todo tiene que terminar y que cada uno volverá a su casa, a seguir con su vida o a elegir su plaza y a empezar una nueva etapa. Saber que no es un "adiós", sino un "hasta pronto".
gente sabe. Verte en otro lado del mundo acompañado de gente que se convierte en algo especial. Echar de menos lo que dejas en casa pero saber que lo que has venido a dar merece la pena. Recibir
más de lo que eres capaz de dar y vivir una experiencia que no se puede comparar con nada. Acompañarte de personas que empiezan siendo desconocidos y con los que terminas viviendo una de las mejores experiencias posibles. Saber que todo tiene que terminar y que cada uno volverá a su casa, a seguir con su vida o a elegir su plaza y a empezar una nueva etapa. Saber que no es un "adiós", sino un "hasta pronto".
Esto no ha sido solamente un viaje después de un examen. Ha sido una oportunidad de aprender a trabajar y convivir. Aprender que, aunque haya momentos en los que un sacrificio parezca demasiado duro, toda recompensa es lo suficientemente buena como para compensar el esfuerzo.
A.
19 de enero de 2015
El número uno del MIR
Me paro a pensar y no recuerdo muy bien el primer día que me senté delante de los manuales de la academia para empezar con este objetivo. Han pasado siete largos meses, y la memoria es un bien demasiado preciado que prefiero no malgastar a estas alturas.
Sólo sé que parecía lejano. Horriblemente lejano. Despreocupadamente lejano. Como si nos separase un inmenso abismo de apuntes, simulacros y horas de estudio que, una tras otra, han logrado que nos plantemos aquí. A dos semanas del examen. Parece mentira...
Creo que no lo hemos hecho nada mal. Es más, diría que lo hemos hecho cojonudo (no es momento de ser humildes). Nos hemos levantado todos los días y hemos estudiado lo que unas guías nos decían. Hemos confiado en que una serie de "eruditos" en la materia nos llevasen de la mano hasta aquí. Hemos sido capaces de pasar gran parte del verano detrás de una mesa, mientras nuestros insolidarios amigos y familiares atestaban Facebook con fotos de playas paradisíacas. Y casi sin quejarnos. Hemos sido capaces de no sucumbir a la rutina y de buscar planes de domingo para paliar nuestra apatía al final de otra semana de estudio. Hemos jugado día a día, estudiado asignatura tras asignatura y contestado una pregunta detrás de otra. Y han sido unas cuantas.
Hemos sido constantes. No ha habido frenazos ni aceleraciones bruscas. Hemos levantado el pedal del embrague suavemente en cada cambio de vuelta para ajustar la velocidad a las condiciones de la pista. No hemos sucumbido ni a la desgana ni a la "sobremotivación". Hemos visto la carrera como una maratón y no como los 100 metros lisos. Hemos trabajado el poco a poco y el "partido a partido" que dirían los forofos.
Hemos sido constantes. No ha habido frenazos ni aceleraciones bruscas. Hemos levantado el pedal del embrague suavemente en cada cambio de vuelta para ajustar la velocidad a las condiciones de la pista. No hemos sucumbido ni a la desgana ni a la "sobremotivación". Hemos visto la carrera como una maratón y no como los 100 metros lisos. Hemos trabajado el poco a poco y el "partido a partido" que dirían los forofos.
Han sido tantos meses con la misma rutina, que me niego a pensar que el resultado solamente dependa de las cinco horas que dura el examen. Siete meses de esfuerzo y dedicación tienen que inclinar la balanza de la suerte de alguna manera. No sé mucho de probabilidad (a no ser que me des cinco opciones y me sienta como en casa), pero en el colegio aprendí que si en la caja metes más bolas verdes que rojas, la probabilidad de coger verde aumenta. Y eso es lo que hemos hecho. Y por eso confío en mí, en mi esfuerzo y en los resultados.
Dos semanas nada más para que volvamos a retomar la vida de una persona cuasinormal (con los pequeños tics y secuelas que nos hayan quedado de modo residual, claro). Dos semanas para no sucumbir a las inseguridades y a los miedos. Solamente dos más y luego ya, si eso, nos venimos abajo. Hasta entonces queda prohibido. Hasta entonces, y como dice Irene, "vamos a ser el número uno de nuestro MIR".
A.
8 de enero de 2015
Keep calm
Si hace una semanas contaba que había llegado el momento de la preparación en el que era necesario mantener la cabeza fría, hoy me siendo delante del teclado para confirmar lo que hace un mes afirmaba.
Estamos ya en la recta final, con menos de cuatro semanas por delante para ponerle la guinda al pastel y quitarnos de encima el objetivo que nos ha tenido esclavizados durante tantos meses. Es el momento de terminar con buen pie lo que llevamos haciendo casi como forma de vida en el último medio año (que se dice pronto). Y ese momento, como era de esperar, no está exento de inquietud y nerviosismo.
En mi caso particular, durante las horas del día, no me noto especialmente nervioso. Mentiría si digo que no siento esa sensación de que mi estómago se cae desde lo alto del Dragon Khan cuando pienso en lo poco que queda, pero aun así, no pierdo la calma que me acompaña desde hace ya unos meses y sigo el estudio como el resto de los días de la preparación. El problema viene después, cuando termina el día y, después de una larga y agotadora jornada de estudio, toca ponerle freno al ritmo y perderse entre las sábanas, cerrar los ojos y esperar a que el descanso rellene las pilas que hemos ido descargando a lo largo del día. Y es entonces cuando lo veo.
Me veo corriendo desde Moncloa a Ciudad Universitaria, buscando una facultad que aun desconozco. Noto que voy justo de tiempo para llegar. El llamamiento empieza a las 15.30h. y es casi la hora y no sé ni donde voy. Corro. Nada más.
Sin saber muy bien como, estoy dentro de un aula, con miles de personas a mi alrededor mirándome como diciendo "ya te vale, majo, llegar tarde al examen más importante de tu carrera...". Mi indiferencia les obliga a centrarse en su examen mientras a mi me dan una carpeta llena de papeles. Muchos. Más de los que tenía pensado. Empiezo a leer y no se ni qué me han dado "¿Se habrán equivocado? ¿Estoy en el MIR, verdad?" Empiezo a leer y veo que no es un MIR normal. Que han decidido que este año hay parte del examen de desarrollo, que dura 7 horas y que yo estoy sin agua. Miro alrededor y mis compañeros de mesa sonríen dejándome ver que soy el único que no estaba al tanto de las últimas novedades de nuestro querido Ministerio. Joder.
"Bueno, venga, has trabajado mucho y seguro que por mucho que cambie no puede ser tan difícil". Empiezo y me veo haciendo cosas raras. Innovando, que se dice. "¡No, no, no! ¡Te han dicho que NI DE COÑA de pongas creativo en el examen! ¡Busca la primera sin imagen, como siempre, y empieza de una jodida vez!" No puedo. Solo soy capaz de ver como mis manos pasan hoja tras hoja con independencia de mis cerebro, mientras mi mente solo quiere parar y salir de ahí. Y de repente, me despierto.
Solo ha sido un sueño. Un mal sueño. Y unas 150 pulsaciones por minuto en los pocos minutos que habrá durando esta fase REM, pero que a mi me han parecido horas agónicas. Me doy la vuelta recuperando un ritmo cardíaco compatible con la vida, y logro descansar.
A las pocas horas, y con un café y una tostada acompañando mi mañana, me doy cuenta de que, aunque yo no lo perciba de forma constante, dentro tengo esa sensación de vertigo de la que hablé hace unas semanas. Sé que de momento cumplo el objetivo de dominarlo, y espero que siga igual hasta el 31, porque si me he dado cuenta de que hay algo realmente importante para enfrentarse al examen, son la calma y el estar descansado.
Ya va quedando poco.
A.
Estamos ya en la recta final, con menos de cuatro semanas por delante para ponerle la guinda al pastel y quitarnos de encima el objetivo que nos ha tenido esclavizados durante tantos meses. Es el momento de terminar con buen pie lo que llevamos haciendo casi como forma de vida en el último medio año (que se dice pronto). Y ese momento, como era de esperar, no está exento de inquietud y nerviosismo.
En mi caso particular, durante las horas del día, no me noto especialmente nervioso. Mentiría si digo que no siento esa sensación de que mi estómago se cae desde lo alto del Dragon Khan cuando pienso en lo poco que queda, pero aun así, no pierdo la calma que me acompaña desde hace ya unos meses y sigo el estudio como el resto de los días de la preparación. El problema viene después, cuando termina el día y, después de una larga y agotadora jornada de estudio, toca ponerle freno al ritmo y perderse entre las sábanas, cerrar los ojos y esperar a que el descanso rellene las pilas que hemos ido descargando a lo largo del día. Y es entonces cuando lo veo.
Me veo corriendo desde Moncloa a Ciudad Universitaria, buscando una facultad que aun desconozco. Noto que voy justo de tiempo para llegar. El llamamiento empieza a las 15.30h. y es casi la hora y no sé ni donde voy. Corro. Nada más.
Sin saber muy bien como, estoy dentro de un aula, con miles de personas a mi alrededor mirándome como diciendo "ya te vale, majo, llegar tarde al examen más importante de tu carrera...". Mi indiferencia les obliga a centrarse en su examen mientras a mi me dan una carpeta llena de papeles. Muchos. Más de los que tenía pensado. Empiezo a leer y no se ni qué me han dado "¿Se habrán equivocado? ¿Estoy en el MIR, verdad?" Empiezo a leer y veo que no es un MIR normal. Que han decidido que este año hay parte del examen de desarrollo, que dura 7 horas y que yo estoy sin agua. Miro alrededor y mis compañeros de mesa sonríen dejándome ver que soy el único que no estaba al tanto de las últimas novedades de nuestro querido Ministerio. Joder.
"Bueno, venga, has trabajado mucho y seguro que por mucho que cambie no puede ser tan difícil". Empiezo y me veo haciendo cosas raras. Innovando, que se dice. "¡No, no, no! ¡Te han dicho que NI DE COÑA de pongas creativo en el examen! ¡Busca la primera sin imagen, como siempre, y empieza de una jodida vez!" No puedo. Solo soy capaz de ver como mis manos pasan hoja tras hoja con independencia de mis cerebro, mientras mi mente solo quiere parar y salir de ahí. Y de repente, me despierto.
Solo ha sido un sueño. Un mal sueño. Y unas 150 pulsaciones por minuto en los pocos minutos que habrá durando esta fase REM, pero que a mi me han parecido horas agónicas. Me doy la vuelta recuperando un ritmo cardíaco compatible con la vida, y logro descansar.
A las pocas horas, y con un café y una tostada acompañando mi mañana, me doy cuenta de que, aunque yo no lo perciba de forma constante, dentro tengo esa sensación de vertigo de la que hablé hace unas semanas. Sé que de momento cumplo el objetivo de dominarlo, y espero que siga igual hasta el 31, porque si me he dado cuenta de que hay algo realmente importante para enfrentarse al examen, son la calma y el estar descansado.
Ya va quedando poco.
A.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)