10 de marzo de 2014

Rotando por la UCIP

La semana pasada terminé la primera de mis rotaciones optativas de este último curso. Con esa rotación y las dos que me quedan, pondré punto y final a mis prácticas en el hospital como estudiante, y qué mejor manera de concluir que eligiendo en qué servicio hacerlo. Y como siempre que se da la opción de elegir, cuando ya has decidido dónde hacer las prácticas te planteas "¿Habré elegido bien? A ver si para tres rotaciones que puedo elegir voy y la cago..."

Yo por mi parte lo tengo claro. Sé que especialidad me gusta. Sé cual es mi primera opción y pienso aprovechar estas últimas rotaciones para disfrutar plenamente. Ahora bien, en la Pediatría hay muchos servicios para elegir y muchas unidades en las que pararse a echar un ojo. Sin embargo, creo que debo ir a un sitio donde conozca a la gente y ellos me conozcan a mi, y de esa manera aprovechar al máximo el tiempo, evitándome los típicos días de toma de contacto. Lo decido con semanas de antelación y me presento de nuevo ahí, en mi querida UCI Pediátrica del Niño Jesús.

Empiezo con muchas ganas y la verdad es que cada mañana que voy por allí salgo con la misma sensación con la que salía en el verano. No me he equivocado. Me enseñan todo lo posible y veo casos muy variados. Unos van bien y otros no tanto. Unos se van a la planta y otros no. Unos salen adelante y otro, por desgracia, no tienen esa suerte. Unos vienen a agradecer lo que se ha hecho por ellos y los otros, también.

A lo largo de las cuatro semanas que estoy en el servicio, entro a formar parte de las historias que allí se cuecen. Historias que cuentan como un niño de menos de metro y medio entra por la puerta del hospital con un dolor de tripa tontorrón, y no sale desde entonces porque se está tratando del linfoma que le llevó hasta allí. O historias como la de ese niño, que no llega al medio año de vida y que no para de convulsionar desesperadamente esperando que alguien dé con la clave. O historias como las de aquella niña que un día se cayó accidentalmente y que desde entonces y en adelante no volverá a jugar con esas amigas que le recuerdan, a modo de dibujos, lo mucho que la echan de menos. Esa clase de historias de las que es imposible no entrar a formar parte.

Y en todas ellas, unos padres y unas madres. Y cada padre o madre, con su historia.

Siempre que le comento a alguien la idea de hacer Pediatría, aparte del típico "Oh, ¡Qué mono!" que me quita las ganas de vivir, decide compartir conmigo un secreto del que se cree custodio y que por lo que parece, todo el mundo desconoce. Y es que los niños, ¡Tienen padres! Gracias, en serio. Pero aun con esta revelación, sigo convencido de que es lo que me gusta, y mucho más después de conocer historias con este grado de complejidad. Porque, ¿Qué madre no estaría a la defensiva si ve que la medicina que se le da a su hijo no hace otra cosa que desnutrirlo, dejalo calvo, que vomite, que se le hagan heridas en la boca, que sangre por el intestino...?. Ella no ve cómo el tumor se va haciendo cada día más pequeño, y solamente puede confiar en el equipo de médicos y enfermeros, pero eso no quita que saque las uñas por un hijo que está algo más que indefenso. Me parece algo natural y en mi opinión, completamente perdonable.

Gracias, de verdad. No solamente a los médicos, por todo el empeño en hacerme sentir como en casa. Ni tampoco a los niños, por dejarme aprender directamente de ellos sin darse cuenta. Gracias, sobre todo a unos padres, que día tras día, me han enseñado la fuerza que puede tener una persona cuando lo más importante de su vida corre un peligro que ni ellos mismos sospechan...


A.

1 comentario:

  1. Pues si tienes claro lo que quieres hacer, adelante. Hacen falta médicos así, apasionados por su trabajo :)

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